Economía íntima de una autosustracción con prestigio de disciplina
Goce, culpa y la gramática del conteo punitivo
La época cuenta. Cuenta pasos, pulsos, calorías, seguidores, palabras por minuto. En esa contabilidad, el síntoma encuentra un refugio prolijo: se disfraza de plan, de app, de objetivo “saludable”. Pero debajo de la planilla late una escena más antigua: un cuerpo que aprendió a esconderse para pertenecer, una voz del Otro que mide valor en centímetros de silencio. El ruido blanco del progreso tapa el gemido mínimo de lo que no cierra entre imagen e identidad.
“Counting while I run the tap.”
“Counting all the calories.”
En lo social se festeja la disciplina y se sospecha de la ternura. El mandato colectivizado opera como fantasma: si te recortás, si te achicás, si afinás el borde, te amarán. El precio de ese pacto es una subjetividad fragmentada, obediente al goce paradójico de la autoauditoría: cada “me porté bien” deja una resaca que exige redoblar el control. El espejo no solo devuelve una forma: devuelve un contrato.
“What I see is not me.”
“I know my mirrors are lying.”
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