El deseo que se cancela de antemano
A veces somos nosotros los que apagamos la escena antes de que empiece.
Este capítulo es parte de un proyecto en el que vengo trabajando hace un tiempo. Hoy decidí compartirlo completo, porque hay dolores que necesitan ser nombrados antes de poder ser sentidos, y deseos que solo empiezan a respirarse cuando alguien los cuenta en voz alta.
Si alguna vez cancelaste un deseo antes de que se vuelva cuerpo, quizás este texto te abrace.
La cancelación de la ilusión
Hace unos días me descubrí haciendo algo que creí haber dejado atrás.
Estaba en silencio, solo, y sentí algo tibio brotar. Una ilusión chiquita, como una semilla. La imagen de una caminata compartida. Nada más. Ni promesas, ni planes. Una escena simple, en un parque. Pero apenas apareció, la descarté. Como si fuera peligroso imaginarlo. Como si desear fuera una forma de exposición.
No fue un “no” que viniera de afuera. Nadie me lo negó. No hubo rechazo.
El que apagó esa imagen fui yo.
Y me dolió más de lo que pensé. No por lo que no pasó.
Sino porque por dentro me di cuenta de algo: todavía hay una parte mía que se protege incluso del deseo.
Lo borro antes de sentirlo. Lo cancelo antes de habitarlo. Lo censuro antes de que pueda tener forma.
No es que no sueñe. Es que hay una parte de mí que aprendió a no dejarse emocionar. A no entusiasmarse. A no imaginar demasiado. Porque muchas veces, cuando lo hice, me caí de esa ilusión como si hubiese sido un error mío haberla tenido. Como si la fantasía misma me dejara en deuda con la realidad. Y entonces me convertí en alguien que se anticipa. Que se adelanta a lo que podría doler. Que prefiere no sentir, antes que volver a ser defraudado.
Es sutil. No se ve. No se nota desde afuera.
Pero por dentro, se siente como un gesto diminuto de abandono. Como si justo antes de llegar a una escena que podría haber sido luminosa, dijera en voz baja: mejor no.
Y lo curioso es que no lo hago por pesimismo. Ni por falta de deseo.
Lo hago porque desear, para mí, todavía tiene algo de culpa. Como si haber querido alguna vez lo que no me fue dado, me hubiera enseñado que querer de más es peligroso. Que soñar es iluso. Que la alegría anticipada se paga caro.
Entonces me desconecto. A veces físicamente. A veces emocionalmente. A veces todo al mismo tiempo.
El deseo no se apaga por falta de energía. Se apaga por exceso de memoria.
Memoria de lo que no llegó. De lo que no se sostuvo. De lo que me hizo sentir que era demasiado pedir. O que no estaba a la altura. O que desear era un privilegio que no me correspondía.
Y sin embargo, sigo deseando. No desde la euforia. Sino desde la profundidad. Desde el cuerpo. Desde esa parte mía que todavía cree, aunque esté asustada. Que se ilusiona con escenas mínimas, y se rompe un poco cada vez que las callo.
Hay un lugar dentro de mí que todavía no aprendió a confiar en lo bueno.
No porque no haya vivido cosas bellas. Sino porque las partes dañadas suelen tener más fuerza cuando se trata de marcar territorio. Y ese territorio se llama no me hagas inútilmente. Como si ya fuera un crimen ilusionarse.
Pero también hay otra parte —más suave, más nueva— que empieza a hablar.
No lo hace con frases ruidosas. Lo hace con imágenes. Con escenas como la del parque. Con ganas que llegan sin pedir permiso. Y que me invitan a quedarme, aunque sea por un momento, en esa sensación de lo posible.
No sé cuánto tiempo me va a llevar reconciliarme con el deseo.
Pero estoy empezando a darme cuenta de que no es algo que se fuerza.
Es algo que se permite.
Y para poder permitirlo, tengo que dejar de juzgarme cada vez que aparece.
Tengo que dejar de creer que si lo deseo y no se da, soy yo el problema.
Tengo que aprender a habitar la escena aunque no tenga destino. A quedarme en el cuerpo aunque no haya promesa. A disfrutar la ilusión sin que se convierta en contrato.
A veces, la única sanación que necesita el deseo es no ser cancelado.
Quedarse. Respirarlo. Ver qué pasa. Dejar que la fantasía pase por el pecho, por el estómago, por los ojos, sin intervenir. Sin programar. Sin castigarla por existir.
Quizás por eso lloré ese día. No por lo que pasó. Sino por lo que no me dejé sentir.
Y tal vez, volver a uno mismo sea justamente esto:
volver al lugar donde una parte de mí todavía sueña… y no interrumpirla.
Enseñanzas del capítulo
Cancelar el deseo es una forma sutil de autoabandono.
El cuerpo aprende a protegerse incluso de lo bueno, si lo bueno alguna vez dolió.
Desear no implica exigir, solo habitar una posibilidad.
Ilusionarse no es debilidad. Es un acto de coraje emocional.
Sanar no siempre es recibir. A veces es no impedirse desear.
El deseo necesita un cuerpo dispuesto, no una historia sin heridas.
Prácticas sugeridas
1. Imaginar sin destino
Elegí una escena pequeña, cotidiana, que te gustaría vivir con alguien. No como meta, sino como presencia. Describila en detalle. No busques coherencia ni realidad. Solo habitá lo que despierta en vos.
2. El gesto que cancela
Durante una semana, registrá el momento exacto en que anulás una posibilidad interna: cuando ibas a sentir algo bueno y te frenaste. ¿Qué parte de vos intervino? ¿Qué frase, imagen o miedo apareció?
3. El cuerpo que quiere
Antes de dormir, apoyá tus manos sobre el pecho o el abdomen y preguntate sin palabras: ¿hay algo que deseo y todavía no me permito? No respondas con la mente. Solo quedate ahí.
Preguntas de integración
¿Qué escenas de deseo me arrebato antes de sentirlas?
¿Qué aprendí sobre desear cuando era chico?
¿De qué manera me castigo por ilusionarme?
¿Cómo se sentiría quedarme en la escena sin correr?
¿Qué cambia cuando no interrumpo lo que me emociona?
Esta vez no quiero cerrar con una frase.
Solo quedarme un poco más en esa imagen que casi cancelo.
El sol cayendo entre los árboles. El silencio compartido.
La sensación de que quizás… esta vez… no tengo que huir.
Y si algún lector siente algo parecido, entonces ya no estoy tan solo.
¿Seguimos volviendo?
Si sentiste que este texto hablaba de vos, podés apoyarme:
Suscribiéndote gratuitamente o con aporte mensual
Compartiendo esta publicación con alguien que necesite volver a desear
O simplemente, quedándote en la escena sin huir.
Gracias por estar acá.
Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?