El Cartógrafo del Fuego

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El día que rompí el pacto del retaceo

Un contrato que no se firmó con tinta

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Angel
jul 09, 2025
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Hay decisiones que no tomamos con la mente, sino con el cuerpo que suplica no quedarse solo.

Durante años acepté vínculos que me ofrecían apenas lo justo para mantenerme expectante. No llegaban a ser maltrato explícito, pero tampoco amor. Había una forma de afecto administrado, dosificado, que no me dejaba morir de sed, pero tampoco me saciaba.

Lo toleré como quien acepta un trato implícito para sobrevivir: yo entregaba mi energía, mi atención, mi presencia, mi cuerpo entero. A cambio, recibía retaceos emocionales: gestos ambiguos, presencia a ratos, palabras dulces solo cuando no molestaban, silencio como castigo.

Ese fue mi contrato.

Nunca lo firmé con palabras, pero estaba sellado en mi sistema nervioso, en la forma en que se tensaba mi mandíbula cuando algo no llegaba, en el vacío que se instalaba en el pecho cada vez que me hacían sentir que era demasiado. Demasiado sensible, demasiado intenso, demasiado humano.

No sabía que era un pacto con la escasez. Lo defendía como si fuera una elección adulta. Decía que entendía al otro, que sabía esperar, que estaba dispuesto a dar espacio. Pero en realidad, me estaba entrenando para recibir cada vez menos. Me estaba convenciendo de que eso era lo máximo a lo que podía aspirar. Me acostumbré a vivir en modo espera.

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