La sangre apareció sin aviso. No era la nariz ni la boca: fue la garganta, como si un vaso se hubiera quebrado por dentro. En ese instante el cuerpo dijo lo que la mente no había querido escuchar: el límite estaba roto.
Antes de la sangre vino el espasmo. Una hora y media de torsión que dobló la espalda y dejó la mandíbula al borde de quedarse torcida, e…
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