La trampa de creer que primero hay que sanarse para merecer compañía
¿Desde dónde estás buscando amor? ¿Desde tu herida o desde tu deseo? Leé este texto si sentís que el amor siempre se te escapa cuando más lo necesitás.
Hay una idea que se repite en los márgenes del discurso terapéutico, en los posteos sobre vínculos sanos, en las frases de autoayuda con voz suave y fondo beige: “primero tenés que estar bien con vos mismo para poder estar bien con alguien”. ¿La escuchaste alguna vez? Seguro. Y quizá incluso la adoptaste como un principio razonable, sensato, maduro. Pero ¿qué pasa si esa frase, en lugar de orientar, condena? ¿Qué pasa si es justo esa exigencia de sanación previa la que te mantiene fuera del lazo?
Hay muchas formas de quedarse solo, pero pocas tan crueles como la de quien cree que necesita curarse para ser digno de amor. Ese ideal de autosuficiencia emocional, de orden personal, de plenitud interior antes del vínculo, muchas veces no es otra cosa que la voz del superyó disfrazada de virtud. Un Otro que te dice: “no molestes, no faltes, no duelas”. ¿Y si el amor, en cambio, no fuera para los curados, sino para los que se animan a no esconder sus marcas?
Quizás nunca te detuviste a mirar bien: ¿desde dónde estás buscando amor? ¿Desde tu deseo, o desde tu herida? ¿Desde la afirmación de lo que querés, o desde la negación de lo que sos? ¿Estás buscando compañía, o estás buscando a alguien que venga a darte lo que vos no te estás permitiendo a vos mismo? Porque el punto no es si querés amar. Es si estás dispuesto a dejar de mendigar amor como si fuera un premio que se te otorga cuando ya “hiciste bien los deberes”.
Y entonces, ¿qué hacemos con la herida? ¿Con eso que dolió, que quedó, que a veces se activa con fuerza y otras se esconde pero no desaparece? ¿La mostramos como bandera? ¿La escondemos por pudor? ¿La contamos en la primera cita como si necesitáramos un permiso anticipado? ¿Qué lugar le damos en el vínculo sin hacer del otro un terapeuta, un redentor o un amo?
La respuesta no es ni exponer ni ocultar. No es contar ni callar. Es otra cosa: es habitar. Habitar la herida sin volverla excusa ni vergüenza. Poder hablar desde ahí, sin esperar consuelo, sin pedir corrección. Poder sostener la tensión entre lo que duele y lo que se desea, y aún así ofrecerse al lazo.
Porque lo más difícil no es encontrar a alguien que te quiera con tus marcas. Es no entregarte desde la falta. No entrar al vínculo como quien se postula para ser elegido, corregido o salvado. No hacer del amor una búsqueda de orden. No entregarse como objeto esperando que el otro diga qué hacer con vos.
¿Y entonces cómo se ama? ¿Desde qué lugar? Desde el único posible: desde una posición de sujeto. De alguien que desea, que elige, que no se entrega al Otro como una hoja en blanco, sino como una voz con historia. Una voz con marcas. Una voz que no pide ser completada, sino escuchada.
Estar listo para amar no es haber sanado. Es haber renunciado a la fantasía de que el otro vendrá a completarte. Es haber comprendido que el amor no es un medicamento. Que la compañía no es una recompensa. Y que no tenés que estar ordenado para estar disponible.
La pregunta no es “¿cuándo llegará alguien que me ame como soy?”, sino: ¿puedo amar sin regalarme? ¿puedo abrir espacio sin desaparecer en él? ¿Puedo hacer lugar al otro sin renunciar a mi voz, sin negociar mi deseo, sin someter mi herida a
No se trata de ir a buscar amor desesperadamente, pero tampoco de esperarlo como si te lo debieran. Se trata de ponerse en lugar de amor. De habitar tu tiempo, tu deseo, tu herida, de modo tal que, si alguien aparece, encuentre un lugar posible. No un barro. No una trampa. Un lugar vivo.
Y si no aparece hoy, no importa. Porque vos ya no estás esperando desde el vacío.
Estás haciendo lugar desde el fuego.
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