Hay momentos en los que uno siente que ya no puede decir lo que siente. No porque no lo sepa. No porque no lo haya pensado mil veces. Sino porque la voz se disuelve antes de salir, como si dentro del pecho hubiera un juez, un censor, una sombra que susurra: “¿y quién te creés que sos para hablar así?”.
No es que no tengamos palabras. Las tenemos. Las esc…
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